GLADIADORES GADITANOS: LOS RECIARIOS TENIAN BUENA REPUTACIÓN COMO COMBATIENTES Y AMANTES.

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Como casi todo en los romanos, los combates de gladiadores fueron una costumbre extranjera que adoptaron, mejoraron y terminaron por convertir en distintivo cultural propio. Los samnitas practicaban un ritual especial de sacrificio humano relacionado con los ritos fúnebres: En lugar sacrificar esclavos en rituales religiosos, se les obligaba a combatir entre ellos hasta la muerte. Por eso los combates de gladiadores siempre fueron un «munus», una obligación ritual para con las deidades infernales, y no un ludus, como podía ser la carrera de cuadrigas.
Los romanos revistieron a sus combatientes de armaduras samnitas y organizaban combates rituales en los funerales de ciudadanos distinguidos. Las armaduras samnitas hacían del combate algo lento y prolongado, con notable efusión de sangre. Un espectáculo poco vistoso, que los romanos irán refinando.
Durante la época de esplendor de la república, el espectáculo del combate a muerte, sin perder su función religiosa, fue convirtiéndose en un entretenimiento popular. Los gladiadores eran cuidadosamente entrenados en escuelas profesionales al mando de lanistas, siendo reclutados por todo el imperio. La selección era cuidadosa y el espectáculo fue ganando en complejidad, dividiendo a los gladiadores en diversas especialidades basadas en su armamento. El combate siempre tuvo como base las parejas, en las que los dos gladiadores combatían a muerte. Pero para aumentar la espectacularidad, podían ser docenas las parejas que combatían simultáneamente. Julios César llegó a ofrecer más de 60 días de juegos con 300 parejas de gladiadores que combatieron durante días haciendo las delicias de los espectadores. Un político que ofreciera unos buenos juegos tenía abierto el camino hacia las más elevadas magistraturas.

Con la llegada del imperio los combates de gladiadores se convirtieron en un monopolio imperial, compitiendo por los espectáculos mas exagerados y coloristas, comenzaron a usarse gladiadores en carros, a caballo, con arcos, compitiendo en grandes batallas simuladas…Claudio se hizo famoso por ofrecer una gran naumaquia, con quizas mas de 30.000 prisioneros de guerra combatiendo a muerte en un simulacro de batalla naval.
En Hispania los juegos gladiatorios tuvieron mucha importancia. Se han encontrado restos de 14 anfiteatros (más noticias de otros tres que, como el de Cádiz, no han sido excavados) y más de treinta inscripciones referentes a estos juegos. Los principales anfiteatros estuvieron en las capitales provinciales de Tarragona, Córdoba y Mérida; en ciudades de los valles del Ebro y del Guadalquivir (como Zaragoza, o Itálica); y en ciudades costeras como Cádiz. Córdoba es la segunda ciudad en número de epitafios gladiatorios de todo el Imperio después de Roma.
El gran esplendor de Gades en esta época se debe al apoyo que prestaron Balbo el Mayor y su sobrino Balbo el Menor a Julio César y a Augusto. En esta época había en Cádiz hasta 500 caballeros con un censo mayor a 400.000 sestercios (cuando un sueldo anual medio-alto eran 1000 sestercios), algo solo superado por Padua y la propia Roma. Fue Balbo el Menor quien levantó el anfiteatro en el último tercio de siglo I a. C. En el epistolario de Cicerón se conserva una referencia a los juegos gladiatorios en Gades (probablemente poco anterior a que se construyera).

En cuanto a inscripciones, en el siglo XVII se descubrió el epitafio (que estuvo en casa del canónigo Barrientos y hoy está perdido) de un hoplómaco llamado Simplex, de origen tracio, que combatió en Cádiz en los siglo I o II d. C. En 1932 se descubrió otro, este de un samnita de procedencia griega, perteneciente a la escuela Juliana de Capua que luchó en Cádiz en la primera mitad del siglo I d. C. (en el Museo de Cádiz). Por otra parte, en Brescia se ha descubierto el epitafio de un gladiador gaditano. También contamos con figurillas, lucernas y otros elementos que constatan la afición por los juegos.
De la importancia del anfiteatro nos hablan sus dimensiones. Según Agustín de Horozco, que vio sus restos en 1598, sabemos que la arena del edificio debió de tener unos 100 metros de largo por 38 de ancho (parecido a los de Itálica o Mérida), y que estaba situado a la derecha del camino del arrecife conforme traspasaba la pequeña muralla que defendía entonces el frente de tierra de la ciudad, donde deben de permanecer sus ruinas.
El origen de los reciarios se estima que procede de los pescadores de atunes, especialmente de los musculosos almadraberos de Gades.
Los primeros reciarios que se vieron en las arenas italianas bien pudieron ser robustos operarios de las almadrabas de la industria del atún y del garum gaditano.
Los retiarii iban desnudos, sin más protección de su red y como armas un puñal y un tridente, con el que podían poner a raya a sus rivales, normalmente los acorazados secutores de armadura, escudo y espadas.
Los reciarios fueron un clásico de las luchas gladiadoras y su origen gaditano es más que probable.
Un reciario (en latín, retiarius y en plural, retiarii, que puede traducirse literalmente como «hombre de la red» o «luchador de la red»), fue uno de los distintos tipos de gladiadores de la antigua Roma que combatían con un equipamiento parecido al utilizado por los pescadores: una red lastrada (rete, de donde procede el nombre), un tridente (fuscina o tridens), y una daga (pugio). Luchaba con un armamento ligero, protegiéndose con un brazalete llamado lorica manica y un protector del hombro que recibía el nombre de galerus o spongia. Su vestimenta estaba generalmente compuesta ya por unos ropajes de algodón llamados subligaculum, que se sujetaban con un cinturón ancho (balteus), o bien por una túnica corta. No llevaba protecciones en el calzado.

El enfrentamiento más habitual del reciario era en combate contra un secutor, un gladiador equipado con armamento y armadura pesada. El reciario debía subsanar su carencia de protección con su velocidad y su agilidad, a fin de evitar con ello los ataques de su oponente y esperar su oportunidad. Primero intentaba lanzar la red a su rival y, si tenía éxito, atacaba con su tridente mientras su adversario estaba inmovilizado. Otra táctica era enganchar con la red el arma de su enemigo y tratar de arrancarla de sus manos. Cuando fallaba con la red, el retiarius solía desecharla y tratar de utilizar sus otras armas, si bien a veces intentaba recogerla para un segundo intento. Normalmente se veía obligado a confiar en su tridente y en su daga para acabar la lucha.
Con el tridente, que alcanzaba una longitud equivalente a la altura de un hombre, el retiarius podía mantenerse a distancia del secutor y atacar desde lejos. Era un arma importante, capaz de infligir daños en cualquier parte del cuerpo del enemigo que no fuese bien protegida. La daga era su última opción en el caso de que también perdiese el tridente, y se reservaba para cuando era necesario el combate cuerpo a cuerpo.
Los reciarios aparecieron por primera vez en la arena a finales del siglo I, y se convirtieron en una atracción habitual de los siglos II y III. Su falta de armadura y su necesidad de utilizar tácticas evasivas situaban al reciario en el nivel más bajo de una clase ya de por sí estigmatizada. Además, diversos pasajes de las obras de Juvenal, Séneca y Suetonio sugieren la existencia de unos reciarios que luchaban portando una túnica, y que posiblemente eran un subtipo de luchador todavía de peor nivel que el reciario habitual. Por otra parte, en el arte romano y en el graffiti descubierto aparecen referencias a este tipo de luchadores en las que aparentemente, y al contrario de lo que se percibe en otras fuentes de información, tienen una buena reputación como combatientes y como amantes.

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